Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1889-1890 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 28 de junio de 1889
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Cassola
Número y páginas del Diario de Sesiones: 12, 313-321
Tema: Interpelación del Sr. Romero Robledo acerca de las causas que han motivado la terminación de la anterior legislatura

En realidad tengo muy poco que rectificar al señor general Cassola; pero lo que verdaderamente necesito hacer es, pedirle explicación del enigma con que ha acabado su rectificación, porque, a la verdad, no lo he entendido, y en estas cosas conviene hablar con claridad, declarando que mientras S.S. no se explique, no me hago cargo de eso que parece y hasta ahora es un verdadero enigma.

Por lo demás, yo agradezco a S.S. el recuerdo que ha evocado, aunque no estamos ciertamente para recuerdos, porque éstos le podrían alcanzar a S.S., y esto bajo ningún concepto me parece bien. Ha sido [313] tan accidentada la historia política de este desventurado país, que no conviene que nadie tire piedras a tejados ajenos. (Aprobación).

Por lo demás, si yo alguna vez falté, bien puedo repetir lo que decía Sancho Panza: "Si buena ínsula me dan, buenos azotes me cuesta". Si yo alguna vez falté, bien lo sufrí; que mientras otros, sin esos sufrimientos, han hecho grandes carreras, yo estuve mucho tiempo condenado a muerte en garrote vil, y en la emigración. (Muy bien).

El Sr. Cassola no me agradece el que yo no le consultara sobre el conflicto parlamentario que aquí había ocurrido, y yo creo que debía S.S. agradecérmelo, porque después de todo, claro está que si yo tenía, dadas las relaciones que existían y existen todavía entre los dos, el derecho de llamar a S.S., también sabe S.S. que tenía el derecho de verme siempre que lo tuviera por conveniente, y S.S. no me vio, ni para preguntarme mi opinión, ni para decirme la suya; porque no hay necesidad entre amigos que se estiman tanto como nos estimábamos y nos estimamos S.S. y yo, y que hemos tenido tantas relaciones políticas, no hay necesidad de que yo le llame para ocuparme de ciertos asuntos que pertenecen lo mismo a S.S. que a mí. (El Sr. Cassola: Pero yo no era el necesitado).

También S.S. ha exagerado las palabras que yo pronuncié dirigiendo mi voz a la mayoría de esta Cámara. Su señoría puede ver en ellas, porque me parece que se publicaron por los periódicos, que hablando de los inconvenientes y de las dificultades que al partido liberal se habían opuesto para la aprobación de la ley del sufragio universal, decía yo al partido conservador: no hace bien el partido conservador, porque le conviene tanto como al liberal que el sufragio universal sea ley y que el partido liberal cumpla todos sus compromisos; y si esto no sucediera, y el partido conservador viniese al poder sin que el partido liberal terminara el cumplimiento de sus compromisos, quedando flotante en el aire la bandera del sufragio universal, a mí me parece que había de venir prematuramente, y que a pesar mío, y por desgracia de todos, no había de disfrutar del poder en paz; lo cual no es lo mismo que anunciar los peligros que S.S. anuncia; porque un Gobierno puede no disfrutar el poder en paz sin necesidad de que sobrevengan esos peligros a que S.S. se refería; y de ello es una grandísima prueba lo que le ocurrió al mismo partido conservador cuando en 1884 vino prematuramente, en mi opinión, al poder, que no pasó tranquilamente sus días ni disfrutó de completa paz por las dificultades naturales que sobrevienen a todo Gobierno cuando no llega en sazón; y yo creo que no vendría de esa manera el partido conservador al poder, mientras el partido liberal no cumpla sus compromisos y mientras el sufragio universal no sea ley.

Será una opinión equivocada; pero ¿qué tiene eso que ver con los peligros con que S.S. amenaza, y con la brevedad con que los anuncia? ¿Qué tiene esto de común con esos peligros en los cuales dice S.S. que cumplirá con su deber? Ya lo sé; ¡pues no faltaba más sino que no lo cumpliera! Ya lo sé; primero, porque ese es su deber como general, y segundo, porque conozco a S.S. y sé hasta dónde llega su lealtad, no sólo como general, sino como ciudadano. Pero para lo que yo decía, no se necesita que S.S. ni nadie cumpla con su deber; que un partido puede pasar muy malos ratos, tener muchas molestias y no vivir en paz, sin necesidad de que S.S., para sacarle de esas molestias, tenga obligación de cumplir con su deber. Sea de esto lo que quiera, yo espero, y espera todo el mundo, que S.S. cumpla con su deber, con lo cual a mí no me ha de resultar daño alguno, ni la partido liberal, ni al Gobierno; y por eso digo que no comprendo las últimas palabras de S.S., porque a mí no me puede pesar, ni puede pesar la partido liberal ni al Gobierno el que S.S. cumpla con su deber. ¿Dónde está, pues, lo que a mí me puede pesar? He aquí, pues, el enigma que espero que S.S. explicará; porque me parece que cualesquiera que sean estas diferencias que entre S.S. y yo existan, y creo que han de ser momentáneas, no ha de dejar de darnos gusto ofreciéndonos esas explicaciones que tanto necesitamos, siquiera para saber cómo puedo yo molestarme de que S.S. cumpla con su deber.

Y voy a contestar al discurso del ilustre jefe del partido conservador.

Perdóneme el Sr. Cánovas del Castillo que no intentara contestarle inmediatamente, como era mi deseo; pero deberes de mi cargo exigían mi presencia en otra parte, y además se había prorrogado la sesión para que S.S. concluyera su discurso, y mi inmediata réplica hubiera sido muy molesta a los señores Diputados, dada la hora avanzada en que tenía que hacer uso de la palabra.

Reconozco, por de pronto, que dada la oratoria que de cierto tiempo a esta parte se estilaba por los oradores que han combatido al Gobierno, me ha parecido ahora que la de S.S., siempre brillante, como de S.S., ha sido además comedida y correcta, aparte de los juicios apasionados, y en mi opinión injustos, con que ha tratado la política del Gobierno y la conducta de partido liberal. De todos modos, yo se lo agradezco a S.S., porque era hora ya de que el debate entrara en ciertas corrientes de circunspección y de templanza, de que no deben salir nunca los debates en esta Cámara, en bien de los mismos asuntos que se discuten, y sobre todo en prestigio del sistema parlamentario. (Aprobación).

Y antes de entrar en materia, quiero dejar a un lado la inculpación que S.S. me ha dirigido, suponiendo que yo, sin causa ni motivo, he provocado al partido conservador, puesto que, con pretexto de contestar al Sr. Cassola, me he dirigido y he atacado al partido conservador. Pero S.S. no ha reflexionado, o no piensa que yo, por no molestar demasiadas veces al Congreso, he dejado de contestar a varios de los oradores que han tomado parte en este debate, entre los cuales está el Sr. Silvela, que en nombre del partido conservador juzgó de una manera, que yo en este momento no quiero calificar, la conducta del Gobierno y la conducta de la mayoría, e hizo todo lo que tuvo por conveniente, con tanta dureza y con tanto apasionamiento, que algo había de hacer yo la primera vez que tomaba la palabra después de esto, siquiera en contestación a alguna de sus indicaciones. Conste, pues, Sr. Cánovas, que si hubo provocación, no ha sido de parte del Gobierno contra el partido conservador, sino del partido conservador contra el Gobierno.

Su señoría, suponiendo que yo tengo preferencias para los republicanos y que me dejo llevar de la influencia de los republicanos, y sobre todo de la del Sr. Castelar, que hasta me impone condiciones, ha [314] disertado largamente sobre las consecuencias que esto puede traer para la Monarquía; y S.S. está en eso en un perfecto error, porque ni yo tengo preferencias para los republicanos, ni los republicanos ni el señor Castelar ejercen otra influencia en la marcha del Gobierno que la que naturalmente ejercen todas las ideas y todos los partidos en la marcha de la gobernación del Estado. ¡Desgraciado el partido gobernante que al hacer aplicación de sus principios, que al usar de sus procedimientos, prescinda en absoluto de las ideas, de las aspiraciones, de los procedimientos y del movimiento de los partidos políticos que existan en el país! (Muy bien).

Y precisamente en la manera de apreciar esta importantísima cuestión, más que en los principios, estriba la diferencia que existe entre el partido conservador y el partido liberal. ¡Si yo lo he dicho siempre; si, sobre todo después de la Restauración, yo no he hecho otra política: mi política ha sido siempre una política expansiva, de confianza, de atracción, de respeto a los derechos de todos; una política de libertad, una política que yo he llamado de paz! (Muy bien, muy bien). Esa política, que yo he llamado de paz, consiste en buscar el concurso, en aceptar el apoyo, en procurar la concordia de todos los elementos liberales del país que estén dentro de la Monarquía, y en conquistar la benevolencia, y en no rechazar la tregua, y en procurar la tranquilidad de todos los partidos, incluso los que están fuera de la Monarquía. Para conseguir lo primero, yo no he hecho más que proceder honradamente al cumplimiento de todos los compromisos que el partido liberal tenía contraídos ante el país, ante las instituciones y ante los demás partidos; para conseguir lo segundo, no he hecho otra cosa que lo que debe hacer todo Gobierno, que es respetar todas las opiniones, que es proteger el movimiento, los procedimientos de todo partido, sea el que quiera, con tal de que las opiniones se expresasen dentro de las leyes, y los procedimientos con arreglo a las leyes se realicen. ¿Es que esta política de paz no le parece bien al Sr. Cánovas ni al partido conservador? ¡Ah! lo siento por el Sr. Cánovas y por el partido conservador; porque yo le puedo decir a S.S., que gracias a esa política se encuentran entre los monárquicos personas ilustres que eran republicanos durante el mando de S.S. (Muy bien, muy bien).

Y yo le digo también a S.S., que gracias a esa política están dentro de la Monarquía el insigne político, el ilustre orador Sr. Martos y otras ilustres personalidades; asegurándole al propio tiempo, que gracias a esa política, como esas ilustres personalidades han venido al campo de la Monarquía, vendrán otras. (El Sr. Martos: Yo no he venido por S.S.). No; ya sé Sr. Martos, que S.S. no ha venido por mí; yo soy muy poca cosa para que S.S. varíe de campo; no. Su señoría ha venido, gracias a esa política que yo mantengo, porque en ningún otro caso hubiera venido su señoría; porque con desvíos, con susceptibilidades y con suspicacias, no hubiera venido S.S., como no viene nadie de un campo en esas condiciones cuando siente la estimación de sí mismo. (Aprobación).

Pero después de todo, Sres. Diputados, ¿qué significa la benevolencia de los republicanos partidarios de los procedimientos legales, si por acaso nos la dieran? Pues tanto mejor. Y a ellos buen trabajo les cuesta dárnosla, y buen sacrificio hacen con ello; porque con sólo que se lo figuren los republicanos revolucionarios, de tal manera se excitan sus iras, que hoy por hoy, más odio tienen a sus correligionarios en la forma de gobierno, que a los propios monárquicos, y hoy por hoy también, más odio les inspiran los republicanos partidarios de los procedimientos legales, que el mismo Sr. Cánovas del Castillo. (Muy bien).

¿Y qué quiere el Sr. Cánovas del Castillo que haga el partido liberal con los republicanos? ¿Quiere que les neguemos el agua y el fuego, sin más que porque son republicanos, sobre todo si son republicanos partidarios de los procedimientos legales, y porque tienen sus ideales? Pues si no quiere eso, no puede hacerse otra cosa digna para todos que lo que hago yo, que lo que hace el partido liberal, que es, practicar la política que yo llamo de paz. Porque yo entiendo que con esta política de paz, con esta política de respeto al derecho de todos los ciudadanos, con esta política de confianza, se abren venturosos caminos para que los que quieran puedan venir a la Monarquía; y creo que esta política es mucho más provechosa, mucho más patriótica y mucho más monárquica que la política de desvío, de exclusivismo y de suspicacias que inició aquí el Sr. Cánovas del Castillo.

De suerte que yo no tengo preferencias hacia los republicanos; yo trato a todos los partidos del mismo modo, con la ley, y sólo con la ley, respetando lo mismo el derecho de los unos que el de los otros; lo que no hago es dividir a los ciudadanos en castas; lo que no quiero es que se diga que hay partidos legales e ilegales; lo que no puedo permitir, dentro de la política que yo estimo conveniente para el país y a las instituciones, es que se crea nadie desheredado, porque yo tengo allá en mis ilusiones algo que he visto realizado en otros países. ¿Y por qué no he de aspirar a que en el mío se realice? Tengo allá en mis ilusiones la creencia de que ha de llegar un día en que tengamos en España la Monarquía constitucional de todos los españoles. Sí, Sres. Diputados; porque, como recuerdo haber dicho en otra ocasión, yo tengo el convencimiento de que la Monarquía de D. Alfonso XIII, tan noblemente guardada y tan sabiamente dirigida por su augusta madre, nuestra Reina Regente, ha de ofrecer tan amplios horizontes, que no haya idea patriótica, ni aspiración legítima, ni opinión noble que no tenga en ella cabida y cómodo asiento, y no haya ciudadano ninguno español que no pueda, no sólo aceptarla sin humillación, sino servirla con honra. (Aprobación. -El Sr. Romero Gilsanz pide la palabra).

Pero después de todo, y al ver al Sr. Pidal hablando con tanto interés con el Sr. Cánovas del Castillo, recuerdo una cosa con la cual voy a contestarle. El Sr. Cánovas cree que es un delito aceptar la benevolencia y el apoyo del Sr. Castelar, y se olvida de que él mismo, no sólo aceptó la benevolencia y el apoyo del Sr. Castelar en una ocasión solemne, sino que pronunció uno de sus discursos más notables en agradecimiento de aquel apoyo y de aquella benevolencia que el Sr. Castelar le prestaba, lo cual obligó al Sr. Pidal a pronunciar el discurso más violento que he oído en el Parlamento español contra el Sr. Cánovas. (Muy bien). ¿Recuerda S.S. por qué? porque le decía el Sr. Pidal al Sr. Cánovas del Castillo lo mismo que éste me decía a mí ayer. Se trataba de la unidad católica; y el Sr. Castelar, que tiene una memoria muy grande, lo recordará bien.

Pero en fin, ¡si esto ha sucedió muchísimas veces [315], y ha sucedido también lo contrario! Porque cuando era Gobierno el Sr. Castelar, el Sr. Cánovas le apoyó, le prestó su benevolencia y votó con él muchas veces? (Grandes risas. -El Sr. Cánovas del Castillo: Una. -El Sr. Castelar: Siempre. -El Sr. Cánovas del Castillo: Cuando trabajaba por Don Alfonso XII sin saberlo. -El Sr. Castelar: Yo en iguales circunstancias, aunque vinieran cien Alfonso XII, haría lo mismo. -El Sr. Cánovas del Castillo pronuncia algunas palabras que no se oyen. -El Sr. Castelar: Yo no apoyo a S.S., a pesar de que trae la revolución sin saberlo).

Pues bien, Sres. Diputados; en armonía con esta política del partido liberal, yo he aceptado el sufragio universal como base de la concentración de todos los elementos liberales, como fundamento de la organización del gran partido liberal, como prenda, en fin, de la unión de los elementos liberales con los elementos democráticos del país; y al ver reunidas todas esas fuerzas, y considerando que el sufragio universal podía ser base de esta concentración, yo, que bajo cierto aspecto, no en principio, que yo de ningún modo he vituperado el sufragio universal como principio, sino cierta clase de sufragio universal, por los peligros que podía yo presumir cuando no venía como base de concentración de los elementos liberales, en cuyo caso el peligro, en lugar de ser peligro, se convierte en afianzamiento y garantía de las instituciones, entonces, digo, he aceptado el sufragio universal; y para hacerlo, Sres. Diputados, se nombró una Comisión de personas ilustres del partido liberal, en la cual estaban representados los dos matices, para que propusieran la fórmula de transacción de los elementos liberales que habían de constituir el gran partido liberal de la Monarquía de Don Alfonso XIII.

Yo acepté aquella fórmula del sufragio universal con compensaciones, muchas o pocas, respecto del sufragio universal anterior, y puesto que lo acepté honradamente, lo quiero realizar, porque todavía tengo más obligación de cumplir, y son para mí más sagrados, aquellos compromisos adquiridos por transacciones honrosas, nobles y patrióticas, que los que constituyen mis propias convicciones. (Aprobación).

Pero es más, Sres. Diputados: como el señor Cánovas y como el Sr. Pidal, y siento que S.S., que tiene tan grandes dotes y talento tan extraordinario, se ocupe siempre en buscar y rebuscar cosas para los demás, sin reparar en que S.S. tiene muchas que se le podían rebuscar también; que todavía esto que yo he hecho patrióticamente por medio de una gran transacción y porque creo que de esa manera sirvo mejor a mi país y a las instituciones, tiene explicación; pero no sé qué explicación tiene el que S.S. esté aplaudiendo con sus dos manos todos los días al señor Cánovas, después de haber prometido que se cortaría una mano antes? (El Sr. Pidal, D. Alejandro: Ésa es una fábula inventada por los que no pueden atacar sino calumniando. Yo no he dicho eso, ni nada que se le parezca. Lo que he dicho es, que no presentaría la libertad de cultos aunque tuviera que cortarme una mano; que antes me cortaría la mano que presentarla). De todas maneras yo me alegro mucho de que siga S.S. con sus dos manos completas. (El Sr. Pidal, D. Alejandro, levantando los brazos: Las necesito para admirarme de la poca exactitud de las citas de S.S.). Como a mí no me gusta este género, no he hablado de eso más que de pasada, y en contestación a S.S.; lo que afirmo es, que S.S. no tenía para qué adelantar el discurso que tiene preparado para cuando se discutiera el sufragio universal, puesto que S.S. es uno de los encargados de discutirlo. Podía haber esperado a que viniera el debate sobre esta materia, ya que tiene tantos deseos de hablar de él, ayudando también a satisfacer los deseos del Gobierno.

Pero vamos a ocuparnos del discurso del Sr. Cánovas del Castillo. Su señoría, que está un poco dañado de la manía de las disidencias, con tal que esas disidencias se originen en otros partidos, tuvo más simpatías con la disidencia que se formó en el año 1883 que con el partido liberal, porque, a juicio de S.S., aquellos disidentes que pedían el sufragio universal y además la reforma de la Constitución, eran más liberales que nosotros. De manera que para que no nos suceda otra vez lo mismo, ha sido necesario que la disidencia se una con su partido y adopte la bandera que a S.S. le parezca simpática; porque si no, S.S. se aprovecharía de alguna otra disidencia que tuviera como bandera el sufragio universal, y consideraría como partido a los que levantaran esa bandera, y a nosotros como fracción política.

El Sr. Cánovas no se confirma con ser un personaje ilustre, como lo es; no se conforma con ser jefe reconocido y atacado del partido conservador, sino que además se adjudica un papel que, francamente, no está bien. Su señoría quiere ser el director de todas las fuerzas políticas del país y el definidor de los partidos. Porque dos o tres amigos, que yo espero que han de volver a estar entre nosotros, han disentido momentáneamente del Gobierno y de su partido, S.S. se ha tomado ya la libertad de decir que el partido que está en el poder no es más que una fracción política; porque S.S. no tiene ningún motivo para dar preferencia a la fracción política que está gobernando, respecto de las demás fracciones políticas del partido liberal.

Pues bien, Sr. Cánovas del Castillo; para que haya un partido, basta que haya una doctrina, una bandera, un jefe, y masa de opinión detrás. Su señoría no puede negar que aquí hay una bandera, un jefe, una doctrina y una masa grande de opinión pública, a mi juicio, mayor que la que hay detrás de los otros partidos. Por consiguiente, váyase quien se vaya de este partido, partido quedará (Risas); partido político quedará, aunque se vayan algunos individuos. Pero el Sr. Cánovas debe considerar que, si bien sería una desgracia para el partido liberal que en efecto se fueran algunas individualidades, mayor número de individualidades se separaron del partido conservador durante el mando de S.S., y sin embargo, S.S. no creyó que el partido conservador se había convertido en una fracción, y S.S. continuó en el poder mucho tiempo después de haberse separado aquellas eminentes personalidades. En la oposición también se le han ido a S.S. muchas y muy importantes individualidades, y no se ha ocurrido a S.S. que quedaba ahí como capitán de una fracción, como capitán de una compañía, sino que creyó, y creyó con razón, que seguía al frente de un gran partido, del partido conservador.

Su señoría se culpaba de haber traído al debate cosas que no tienen relación con él, y luego añadía: [316] pero yo, ¿qué he de hacer?; con quién discuto, discuto; no me trae el Sr. Sagasta cuestiones de filosofía, y tengo que ocuparme de esas pequeñeces. Seguramente no venían muy al caso las cuestiones de filosofía para tratar los asuntos que discutimos; pero tampoco traje yo a cuento, ni me importaban, como no me importan ahora, las relaciones personales que hayan podido existir y existan hoy entre S.S. y el Sr. Martos. ¿Qué necesidad tenía S.S. de entretener al Congreso con la historia de esas relaciones personales, de esas ternezas cariñosas en que han vivido mucho tiempo., que después se interrumpieron, y volvieron luego a reanudarse? Absolutamente ninguna, porque eso no importa nada a la Cámara ni me importa a mí. Yo no he tratado eso; yo en lo que me había ocupado era en el cambio completo que había sufrido el partido conservador en sus relaciones políticas con el Sr. Martos, y naturalmente, me ocupaba en ello porque necesitaba indagar las causas para deducir después las consecuencias; y preguntaba yo: el partido conservador, que tan despiadadamente atacaba al Sr. Martos; que en todas partes le estorbaba; que no quería ir con él a Palacio; que le echaba del Ateneo; que lo quería echar también de la Presidencia de esta Cámara por medio de proposiciones de ley que pensaba presentar, y aún presentó, y que, en una palabra, le quería negar el agua y el fuego; el partido conservador ha cambiado; ¿qué ha ocurrido aquí para que el partido conservador, que atacaba de una manera tan despiadada al Sr. Martos, considerándole como un peligro para la situación, haya convertido hoy aquel odio en cariño y aquellos ataques en delicadas ternezas? ¿A qué es debido esto? ¿Qué ha pasado aquí? Yo añadía: lo único que ha ocurrido es que el Sr. Martos, sin querer, ha traído una perturbación en el partido liberal, y el Sr. Cánovas, que está dañado de la manía de aprovecharse de todas las disidencias, se ha aprovechado de esa perturbación. (Muy bien. -El Sr. Martos: Ya discutiremos eso, y veremos que ha sido S.S. el que ha traído la perturbación).

Pues bien; yo decía: ¿qué ha ocurrido aquí? Pues no ha ocurrido más que esto; y de ahí el cambio completo del partido conservador en sus relaciones políticas con el Sr. Martos. ¿Qué tengo que ver yo con las relaciones personales que mantenga S.S. con el Sr. Martos? Nunca me he preocupado de eso, ni jamás he sabido que estaban interrumpidas, así como tampoco la causa por que se interrumpieron.

A propósito de esto nos hizo S.S. una historia de los sucesos pasados. Yo no voy a repetir la que expuse el primer día; lo que entonces dije, dicho está, y de ello se desprende que el tumulto del primer día fue debido a la extrañeza que a la mayoría causó el ver levantarse al Presidente de su asiento en el momento mismo en que la mayoría iba a cumplir con uno de sus deberes que el mismo Presidente le aconsejara; movimiento natural y espontáneo en todas las Asambleas, y que por confesión de los mismos interesados en atacar a la mayoría y al Gobierno por aquellos sucesos, no tuvo importancia alguna.

Pues yo declaro ahora, Sr. Diputados, que según los informes que he tomado, y son muchos y muy variados, el tumulto del segundo día, en su primera parte, fue interior al tumulto del primero, y únicamente llegó a su período álgido después de cerrada la discusión por el acto del Presidente cubriéndose. ¿Por qué se cubrió? Yo creo que no tuvo necesidad de hacerlo; por informes de fuera de la Cámara y de la Cámara misma, por personar imparciales que no viven en el terreno candente de la política y que presenciaron los hechos desde las tribunas, sé que en efecto las cosas pasaron así, y que el tumulto llegó, como he dicho, a su período álgido cuando todos vieron cubrirse al Presidente sin necesidad, porque le tumulto estaba ya terminada. Aquel acto del Presidente cuando ya no era necesario, se consideró como una irreverencia para la Cámara. (El Sr. Martos: ¿Y el Acta, que es la que dice la verdad?). ¡Ah, Sr. Martos! Si vamos a creer en el Acta, como debemos creer todos, no hablemos más del asunto, porque el Acta no dice nada de particular.

El Acta no revela nada de lo que pueda perturbar la política de este país; lo que revela pasa todos los días en el Parlamento español y en todos los Parlamentos del mundo. (El Sr. Martos: ¡Jamás!).

Yo afirmo que el Gobierno, no sólo no hizo nada para que el tumulto tuviera lugar, en lo cual hubiera faltado a sus más elementales deberes, sino que hizo todo lo necesario para impedirlo; y al ver la impaciencia de los Sres. Diputados y creer que sin remedio se repetirían los sucesos del día anterior, los Ministros que aquí estaban aconsejaron a todos los Diputados de la mayoría calma; que esperaran a que el tiempo y la reflexión pudieran suavizar las pasiones; y que cuando veían que no lo podían conseguir, porque se hablaba de la imposibilidad en que se encontraban de no responder a la provocación de las minorías y de la dificultad que había para sufrir una Presidencia que no quería la mayoría porque le había faltado, entonces, en este último extremo, se les dijo: "pues antes de que se promueva el ruido de ayer, o no asistir a la sesión, o en el momento en que haya de sobrevenir el tumulto, coger los sombreros y marcharse, "no como descortesía a la Presidencia de la Cámara, sino como medio de evitar el escándalo del día anterior". (Continúan los rumores).

¿Es que hay alguien interesado en dar otra significación a las explicaciones que repite el Gobierno, y que desde un principio dio? Lo que hubo fue, que a pesar del buen deseo del Gobierno sobrevino el escándalo; y lo que hay que preguntar es: sin esa resolución, ¿qué hubiera sucedido? (El Sr. García Alix pronuncia palabras que no se entienden. -Rumores y protestas).

Yo tengo mucho sentimiento en verme obligado a hablar de esa sesión por referencias, pero por referencias a las cuales hay que dar tanto crédito como a S.S. (El Sr. García Alix: Que se lea el Acta. -Protestas y denegaciones que impiden oír al señor García Alix).

Lo que hay es, que esas escenas no se miden con el compás, y que las cosas más pequeñas [317] destruyen a veces los pensamientos o los procedimientos de antemano convenidos y adoptados. Porque también es bueno que se pida reflexión a las colectividades cuando falta en los individuos.

Pues bien; el Sr. Cánovas del Castillo, con ese motivo, citaba varios precedentes que no tenían anda que ver con lo ocurrido, absolutamente nada. Pero a fin y al cabo, el mismo Sr. Cánovas del Castillo condenó con palabras duras la conducta del Sr. Ríos Rosas. (El Sr. Cánovas del Castillo: No es exacto). Le diré a S.S. cómo es exacto.

La condenó con palabras duras el Sr. Posada Herrera, que era Ministro de la Gobernación, el que entonces decía: "que hasta el momento en que había dejado la Presidencia el Sr. Ríos Rosas no había habido posibilidad de discutir, y que ¡gracias a Dios que se podía hacerlo con un Presidente imparcial que lo consentía!". De esta manera condenó agriamente la conducta del Sr. Ríos Rosas.

Y el Sr. Cánovas del Castillo, hablando después como Ministro de Hacienda, porque se trataba en aquella discusión nada menos que de siete autorizaciones, dijo: no tengo para qué ocuparme de la cuestión política; el Sr. Ministro de la Gobernación, que es a quien correspondía, lo ha hecho tan bien como lo hubiera hecho yo. Con dar por reproducidas sus palabras, me basta, y voy a ocuparme de lo demás. (El Sr. Cánovas del Castillo: Que se lean las palabras del Sr. Posada Herrera. Por de pronto, yo no dije nada). Eso dijo S.S., y no hay necesidad de leerlas; pero si S.S. quiere las leeré.

Pues vamos a otro caso: el Sr. Posad Herrera no hizo nada? (El Sr. Cánovas del Castillo: Discutió, pero no se le insultó). Públicamente no hizo acto de hostilidad ninguna, ni contra la mayoría ni contra el Gobierno.

Pues bien; por la declaración de S.S. de ayer, resulta que el Sr. Posada Herrera, allá en las conferencias que con S.S. tuviera, le hizo indicaciones de no estar conforme con su política, con sus procedimientos de gobierno, o no sé con qué; y lo cierto es que para darle el correctivo debido, concluyó S.S. una legislatura muy breve y anunció otra a los diez y ocho días, en el mes de enero, y el Sr. Posada Herrera, Presidente de aquellas Cortes, que había subido a ese alto sitial por 230 votos, no tuvo uno solo, y fue reemplazado por el Sr. Ayala. (El Sr. Cánovas del Castillo: Pero sin motín).

¡Ah! si el Sr. Posada Herrera hubiera hecho lo que el Sr. Martos, ¡no es mal motín el que hubiera armado S.S.! (Aplausos en la mayoría).

También S.S. nos hablo de la cuestión económica, en la que ya se había ocupado el Sr. Silvela, y por cierto con tonos tan tétricos y con frases tan tristes que, francamente, ponía espanto en el corazón.

Es tal al pobreza del país, están tan quebrantados los resortes de la autoridad (esto de los resortes de la autoridad es obligado en todo discurso del Sr. Silvela -Risas), la intranquilidad en que vivimos es tan grande, que no parece sino que estamos dejados de la mano de Dios. Sería de desear saberse estábamos mejor cuando el partido conservador estaba en el poder, porque por lo visto, y según el Sr. Silvela, entonces España estaba tan bien, que no había español que no pudiera poner una gallina diariamente en su puchero. (Risas). Además, debemos desear que vuelva pronto el partido conservador, porque sin duda vamos a nadar en la más inverosímil abundancia. (Risas). Pero de esto no se ha dado cuenta el país, que ve que si no está bien, que si necesita ayuda, como la necesitan todos los países, no está tan arruinado, tan empobrecido, y que además, si se ha hecho algo a favor de la agricultura y de la riqueza del país, ha sido en estos tres últimos años, desde que el partido liberal vino al poder; porque antes, el partido conservador no hizo nada, ni aun aquello que cree que es remedio único y eficaz: ni aun el alza de los aranceles.

Y ahora recuerdo aquellas palabras que me dirigió el Sr. Cánovas en la tarde de ayer, manifestando que yo había contado un cuento refiriéndome al señor Moyano. No; yo no conté un cuento; porque desde que se ha hecho moda contar aquí muchos cuentos, ya no quiero contar ninguno. (Risas).

Si el Sr. Cánovas del Castillo y su partido creían que el único y eficaz remedio era el alza de los aranceles, hace ya mucho tiempo que lo pudieron realizar. Cuando las Comisiones de Castilla vinieron, no precisamente pidiendo sólo ese recurso, sino otros muchos, y se presentaron, primero al Gobierno conservador presidido por el Sr. Cánovas, y después a mí que tenía la honra de presidir el Gobierno del partido liberal, el Sr. Moyano, viendo que no había obtenido nada ni de S.S. ni de mí, se quejó de una de las sesiones del Senado, refiriendo esto que le había pasado con S.S. y conmigo, y diciendo: "no vuelvo a presidir más ninguna Comisión, porque he acudido al Sr. Cánovas, y el Sr. Cánovas no me ha servido; he acudido al Sr. Sagasta, y tampoco; y entre los dos no hay más que una diferencia: que el Sr. Sagasta, por lo menos, ya que no me concedía nada, me dio palabras de consuelo". Esto no es un cuento; es lo que dijo el Sr. Moyano en una sesión de la otra Cámara.

¡Pero que venga el partido conservador a hacer cargos al Gobierno liberal de que no ha hecho nada en la cuestión económica, cuando el partido conservador ni siquiera lo intentó, es muy extraño! Eso no es justo; porque yo voy a decir al Sr. Cánovas del Castillo lo que ha hecho el partido liberal en tres años, sin que todavía no se dé por satisfecho, porque quiere hacer más, y hará mucho más; y yo declaro que, como no lo haga el partido liberal, no lo ha de hacer el partido conservador, porque por lo menos en el partido liberal se ve la buena voluntad; ha acometido la empresa, ha hecho lo que ha podido, y promete sinceramente hacer más. Pero para que vea S.S., repito, lo injusto que estuvo cuando decía que no hacíamos más que prometer y no realizábamos nada, voy a leer una nota que acabo de tomar de lo que ha hecho el partido liberal. En tres años ha conseguido cerca de 30 millones de pesetas de economías; ha procurado mayores ingresos sin molestar al contribuyente (Rumores), mejorando los ingresos, como piensa seguir haciéndolo; ha rebajado, aunque no tanto como desea, y no tanto como ha de mejorarla en adelante a medida que otras necesidades lo permitan, la contribución territorial; ha aliviado en lo que ha podido, sin perjuicio de modificar esta contribución y aliviarla mucho más, la contribución de consumos, y ha procurado la rebaja de las tarifas de los caminos de hierro, hasta el punto de que hoy nuestros granos pueden ir a competir en el litoral con los granos extranjeros (Rumores); sí, y la prueba [318] de esto es lo que pasa en algunos pueblos de Castilla y en Extremadura.

Hemos publicado la ley de dehesas boyales, la ley de alcoholes? (Varios Sres. Diputados: Dos leyes de alcoholes). Bueno; dos nada menos, porque una de ellas se publicará mañana; la ley relativa a los petróleos, la ley para suavizar los procedimientos en la recaudación; se ha comenzado la rectificación de las cartillas evaluatorias? (El Sr. Cos-Gayón: Se ha suspendido la rectificación de las cartillas evaluatorias, que se estaba haciendo). ¿Quién se lo ha dicho a S.S.? (El Sr. Cos-Gayón: La Gaceta, que es donde yo me entero. -Risas. -El Sr. Ministro de Hacienda: Pero se seguirá haciendo). Ya lo veis; los conservadores claman mucho a favor de la agricultura, y le duele hasta lo que hacemos en favor de la agricultura. (Muy bien). Hemos extendido los medios para la enseñanza agrícola; hemos presentado un proyecto de ferrocarriles secundarios. (Varios Sres. Diputados: Dos. -Rumores). Otro de crédito agrícola? (Nuevos rumores. -El señor Gasca: Venga la lista vuestra, a ver lo que hicisteis. -Fuertes rumores), y se ha difundido bastante la enseñanza agrícola.

Hemos adoptado otras muchas medidas, y hemos cuidado preferentemente de todo lo que a la agricultura se refiere, porque el Gobierno declara que de todos los ramos de la riqueza, este es el que merece más apoyo, más auxilio y mayor protección. Pues bien; gracias a estas medidas, de las cuales vosotros hacéis poco mérito, y ya se ve, como no tomasteis ninguna, no podemos compararlas con las vuestras; gracias a estas medidas, o gracias a la fortuna, si queréis, hemos conllevado la crisis agrícola en este país mejor que la ha conllevado ningún otro de Europa. (Rumores) ¡Hasta eso les duele! ¡Hasta la verdad, cuando favorece a nuestro país, les duele a los conservadores! Como están acostumbrados a que en su tiempo sucediera lo contrario, a que existieran males en España mientras los demás países tienen perturbaciones y España está tranquila, les duele que eso suceda. (Rumores. -Aprobación en la mayoría). Y si no, comparad los disgustos, las perturbaciones, los trastornos de orden público que ha producido la cuestión económica en casi todos los países de Europa, con los disturbios y las perturbaciones que hemos tenido en España.

No sirven contra esto rumores, porque es evidente; gracias a estas medidas, o gracias a la fortuna, la verdad es que hemos conllevado mejor la crisis agrícola que en ningún otro país; lo vuelvo a repetir, porque es cierto, y además porque quiero que lo oiga todo el mundo, para que estando, como estamos, en una buena posición respecto de los demás países, lo sepan todos, ya que tantas otras veces hemos estado en mala posición y nos han tenido que compadecer.

Además, señores, lejos de ir empeorando el país, va mejorando, y a todas vuestras alharacas contesto yo con números; pues la verdad es que hay más movimiento, que hay más transacciones, que la balanza del comercio se inclina de nuestro lado, que las importaciones de los productos agrícolas han disminuido, al paso que han aumentado notablemente las exportaciones; que los caminos de hierro han dado en los meses que van transcurridos de este año, un aumento en sus rendimientos próximamente de millón y medio mensual, o sea 18 millones de pesetas al año; que las ferias han estado más concurridas (Rumores), y se han hecho en ellas mayores transacciones que en otros años. Así es como se prueba el estado de la riqueza de un país. (Nuevos rumores). Tenéis la pretensión de favorecer la agricultura, y creéis que al hablar yo de ferias, hablo de la feria de la calle Alcalá. (Grandes risas). La feria de Sevilla, la feria de Córdoba, la feria de Trujillo, todas las que ha habido este año, han demostrado una riqueza y un bienestar superior a las del año pasado y a las de muchos años anteriores.

¿Es que esto quiere decir que el país está bien, que esté próspero, que esté rico? No; y por eso merece las atenciones más preferentes del Gobierno, y el Gobierno las tendrá; pero por lo menos, demuestra que no es justo lo que nos decís vosotros de que este país está arruinado y que vamos a la desolación.

Y voy ya, porque me he extendido más de lo que pensaba, voy a, ocuparme de los motivos que el señor Cánovas del Castillo tuvo para haber dado por rotas, aunque yo no lo creo, y por rotas de una manera definitiva, las buenas relaciones que debían existir entre el partido liberal y el partido conservador. Dos son las razones que ha alegado el Sr. Cánovas del Castillo: la primera se refiere a un hecho que le atañe personalmente, y por lo cual tengo yo cierto escrúpulo de discutir; pero yo me limitare a afirmar que S.S. no tiene en esto razón ninguna; porque aquellos hechos, que el Gobierno y el partido liberal lamentaron más que nadie, ni el Gobierno los pudo evitar en todos lados, ni se van evitado en otros países, ni S.S. mismo los evitó aquí cuando fue Gobierno. (El Sr. Cánovas del Castillo: ¿Cuándo ha sucedido?). El día del cierre de tiendas, silbaron de una manera muy linda al gobernador, Sr. Fernández Villaverde, y apedrearon el coche de la Reina Dona Isabel; y eso en la Puerta del Sol, en el centro de la torre de España. (Muy bien.). De eso no puede hacerse responsable a un partido. Su señoría, exagerando los argumentos nos decía que no se trataba de su persona, sino que se le había cohibido su derecho de propagar sus ideas como y cuando lo tenga por conveniente; y en esto está, S.S. completamente equivocado. Prueba de que aquellos actos no se realizaron para cohibir et derecho de nadie, que al mismo tiempo que a S.S. le pasaba eso, poco antes o poco después, otros oradores eminentes de ese partido, otros hombres ilustres de esa... (Le voy a llamar agrupación, para caer en el mismo defecto que S.S.-Risas), de esa agrupación política, propagaban sus ideas con toda tranquilidad en el Mediodía y en el Norte de España, y nadie se levantó contra ellos. No; el Sr. Cánovas del Castillo, por su desgracia, y declaro que sin razón y contra toda justicia, y quizá, quizá por su importancia, fue víctima de aquellos actos, que se dirigieron única y exclusivamente a su persona. (El Sr. Canovas del Castillo: No). Pero de ninguna manera podían dirigirse a la representación que S.S. se atribuye de restaurador de la Monarquía; porque si al restaurador de la Monarquía se hubieran dirigido esas manifestaciones, francamente, no hubiera sido S.S., el que las hubiera padecido, que otros, [319] personajes hay que con más razón que S.S. pudieran en todo caso llamarse así.

No; no hablemos de eso, que nadie se acordaba de ese papel para S.S.; S.S. lo ha hecho muy grande en la Restauración; ha sido su primer Ministro; ha llevado la nave del Estado con tino, con discreción, con talento; ha asegurado la Monarquía; pero ser el restaurador de ella, permítame que le diga que a S.S. no le tiene nadie por tal. (El Sr. Cánovas del Castillo pide la palabra para rectificar). Bueno es que S.S. no se entusiasme con ese papel, que no le corresponde, que no lo necesita, porque S.S. tiene bastante con lo que es para ser un hombre ilustre, para ser un hombre respetable y por todos respetado. ¿Qué necesidad tiene de cargar con un título quo no le corresponde? Y digo esto, porque S.S. ha debido repetirlo tantas veces, que los periódicos de su partido se lo atribuyen frecuentemente, publicando artículos y sueltos que, créame el Sr. Cánovas, le hacen mas daño que provecho. Y a propósito de esto, debo decir a S.S. que debe poner mano a los periódicos de su partido, que no hacen lo que deben hacer, que están procediendo con una indiscreción impropia, no sólo en los partidarios de Monarquía, sino ni siquiera en los partidarios de la paz pública; y una de dos: o a. S.S. no le hacen caso los directores de esos periódicos, o si le hacen caso y obran por inspiración de S.S., lo que he dicho de esos periódicos lo digo de S. S.

No tiene, pues, razón el Sr. Cánovas para haber roto las relaciones entre el partido conservador y el partido liberal por aquella desgracia que a S.S. le ocurrió, que el partido liberal no pudo evitar y que ha lamentado tanto como el primero; como no ha podido evitarse en otras partes lo que todavía es más grave, esto es, recibir esas mismas manifestaciones desagradables cuando se está investido con carácter de autoridad; y el Sr. Cánovas sabe que en países que tenemos por muy tranquilos y adelantados, ha habido hace poco tiempo manifestaciones más graves que la que se hizo a S.S., contra celebridades constituidas en autoridad. El Presidente del Consejo de Ministros de Buda-Pest, que lleva catorce años ejerciendo ese cargo, fue objeto, no de una, sino de muchas manifestaciones por el estilo, y más graves todavía, sin que aquel Gobierno lo pudiera evitar tomando las precauciones que se adoptan en todas partes; y sin embargo, ni se han roto allí las relaciones de los partidos, ni a aquel Gobierno le ha ocurrido nada, y el Sr. Tisza sigue siendo Presidente del Consejo de Ministros. Manifestaciones parecidas ha sufrido también Mr. Gladstone, y no se han hundido por ello las esferas, ni ha perdido mister Gladstone su respetabilidad, su importancia y su influencia en Inglaterra, y no ha culpado a ningún partido, ni ha hecho mérito de eso absolutamente para nada, sin que tampoco se hayan roto las relaciones de los partidos, ni ocurrido nada en Inglaterra.

Yo pienso acabar pronto, Sr. Presidente, porque siento haberme extendido tanto; y si la Cámara me lo permite, acabaré en breve.

Pues para abreviar, voy a ocuparme de la segunda causa que ha alegado el Sr. Cánovas para romper las relaciones entre los dos partidos: la de que el Gobierno ha querido atropellar los derechos de las minorías en los debates del Parlamento; y para demostrarlo, nos ha contado el Sr. Cánovas lo que sucedió con la proposición del Sr. Villaverde.

Señores Diputados, es imposible paciencia mayor que la que el Gobierno ha tenido en las discusiones parlamentarias. No ha cometido violencia ninguna; ha tenido la lenidad más extraordinaria, la flexibilidad más grande, la condescendencia mayor que se puede tener en los debates de un Parlamento.

Todo el mundo sabe cómo aquí se han debatido las cuestiones sin que el Gobierno ponga reparo ninguno; todo el mundo sabe cómo el Código civil, después de haber sido discutido en sus bases, vino aquí, y después de haber pasado al Archivo, que es donde debía estar, se discutió artículo por artículo como si no se hubieran discutido antes las bases.

Pues bien; al ver esto el Gobierno, y al comprender que se empleaba un tiempo que necesitaba para otras atenciones, lejos de poner cortapisa a estas discusiones, ¿qué es lo que pidió? Reclamó que se aumentaran las horas de sesión, o que se celebrasen sesiones dobles para seguir discutiendo el Código civil, que se discutía fuera del Reglamento y que no importaba tanto como otros asuntos al Gobierno, pero que lo consentía, puesto que así lo querían las oposiciones; para que continuara discutiéndose, repito, aunque fuera en contra del Reglamento, y para que ya que se discutía de este modo una ley que venía debatiéndose durante tantos días, se aprovechara el tiempo discutiendo también otros asuntos.

Sin embargo, no se pudo conseguir más que acabar la discusión del Código civil, y entonces vino la proposición del Sr. Fernández Villaverde; ¿y que es que hizo el Gobierno algo para ahogar la discusión? No; lo quo el Gobierno pidió, al cabo de tres días o más de debatir la toma en consideración de una proposición de ley, sobre la cual el Reglamento no permite discusión alguna, por lo cual no ha habido proposición que no haya pasado en un día o en dos todo lo más, fue que esa proposición pasara a la orden del día siguiente, y que colocada entre los asuntos del orden del día, se dividiera el tiempo entre esa proposición y otros asuntos pendientes también de discusión.

Tampoco se quiso eso, y entonces se propuso el aumento de las horas de sesión, o las sesiones dobles, para seguir discutiendo la proposición del Sr. Fernández Villaverde, que estaba, no me cansaré de repetirlo, fuera del Reglamento, y discutir otros asuntos en los cuales tenía el Gobierno grandísimo interés. ¿Hay en esto violencia, Sres. Diputados? Pues tampoco esto pudo conseguir el Gobierno, y resulta que con la presión del Gobierno se ha hecho todo lo que han querido las oposiciones y nada de lo que ha deseado el Gobierno. ¿Dónde está, pues, la violencia que el Gobierno ha empleado para cohibir el derecho de discusión de las minorías?

No tiene, pues, razón S.S.; no hay razón para que las relaciones entre el partido liberal y el partido conservador se hayan roto; y ya que se han roto, según S.S., yo quiero que esto se esclarezca bien, para que cada cual asuma la responsabilidad que en ello pueda tener; que por lo demás, yo no he hecho nada para [320] que esas relaciones se rompan; yo he hecho, por el contrario, todo lo que he podido para mantenerlas, y si era necesario, para estrecharlas .

Pero ha preguntado el Sr. Cánovas: ¿qué quería decir el Sr. Sagasta al hacer notar que éramos aquí 80? Pues yo se lo voy a decir a S.S.

Por la teoría de S.S., y por la idea que tiene de las elecciones, idea y teoría que yo rechazo, y contra las cuales protesto, claro está que significaría que el Gobierno había traído 80 Diputados, pudiendo haber traído menos. Ésta sería la explicación. Pero yo no acepto eso; yo creo que aquí vienen los Diputados que deben venir; por consiguiente, el que SS. SS. hayan venido en numero de 80, significa cuando menos una cosa que yo voy a exponer a S.S.

El partido liberal, en mi opinión, tiene en el país más arraigo que el partido conservador, y es natural que tenga más partidarios, y por consiguiente, más electores. Pues bien; cuando el partido conservador ha sido poder, teniendo el partido liberal más medios electorales que el conservador, jamás hemos podido venir aquí poco más de 30 Diputados; y cuando ha sido Gobierno el partido liberal, teniendo el partido conservador menos medios electorales que el partido liberal, ha logrado traer 80; lo cual quiere decir, por lo menos, que la sinceridad electoral ha sido mayor en nosotros para con el partido conservador y para con los demás partidos. (Aprobación).

Como he de tener ocasión de terciar otra vez en este debate, voy a concluir; pero no quiero hacerlo sin tomar en cuenta las últimas declaraciones del señor Cánovas del Castillo, que por no ser sin duda menos que los demás oradores que le han precedido, también se ha sometido al programa que parece venía aquí determinado y escrito, y en cuya obediencia, S.S. nos ha hablado de peligros. ¿Qué peligros son esos? ¿De dónde vienen esos peligros? ¿De dónde pueden venir? ¿De la opinión pública? ¡Ah! no; de la opinión pública, no; porque afortunadamente no oye vuestras excitaciones y está .perfectamente tranquila; y además de estar perfectamente tranquila, se encuentra al lado del partido liberal. ¿Del ejército? ¿Del ejército, cuyo estado moral tuvo S.S. el atrevimiento incalificable de decir que era el peor que se ha conocido? Calumnia al ejército quien tal diga; y ante la afirmación de S.S., yo opongo esta otra terminante afirmación.

Jamás el estado moral del ejército ha sido mejor, jamás ha sido más grande su disciplina y su subordinación, y espero que han de seguir siéndolo, para honra suya y para honra de España. (Muy bien).

¡Peligros! ¿De dónde han de venir esos peligros? ¡Ya verá S.S. cómo no vienen! Pero S.S., después de hablarnos de peligros, no ha tenido tampoco reparo en decir que la continuación de este Gobierno y la continuación del partido liberal en el poder pueden ser un peligro para el país, para las instituciones y para la Patria. Si yo imitara a S.S. en eso, y dijera, como podía decirlo con mayor razón, que también es un peligro para las instituciones y para la Patria el que venga el partido conservador extemporáneamente a ocupar este banco, ¿cuál sería entonces la situación de la Corona?

Yo no quiero decir eso, y manifiesto lo contrario enfrente de las palabras, que me parecen poco prudentes, de S.S.; yo afirmo que el Gobierno que venga aquí por la voluntad de la Corona y apoyado por las Cortes, no ofrece peligro ninguno, ni para las instituciones ni para el país; podrá tener mayores o menores dificultades, como las que tiene el Gobierno en todas partes en los días que atravesamos; pero peligro para las instituciones ni para el país, no puede ofrecer ningún Gobierno que tenga la confianza de .la Corona; y mucho menos puede ofrecer peligros el Gobierno de un partido con cuya política se han conseguido los resultados que todo el mundo sabe y que todo el mundo proclama, menos los que están ciegos por la pasión política; porque con esa política hemos conquistado muchas fuerzas para la Monarquía, hemos desarmado la revolución, hemos levantado el crédito público, hemos conquistado el respeto y el cariño de las Naciones extranjeras, hemos llevado la tranquilidad a la conciencia, hemos dado paz a la familia, a la Iglesia y al Estado, hemos hecho en estos cuatro últimos años la verdadera reconciliación de la libertad con el orden, y lo que es más y mucho mejor, la Monarquía española está sostenida por el amor de los pueblos, por el cariño de los monárquicos y por el respeto y por el acatamiento de todos, habiendo alcanzado su prestigio una altura a que habrán podido llegar algunas, pero que no ha superado ninguna. (Muy bien).

Con esto, anunciad los peligros que queráis; pero yo os advierto que los únicos peligros que existen, y que pueden venir, son los que vosotros estáis todos los días anunciando, porque no miráis sino a través de la pasión política, y no veis la idea de la Patria y la idea de las instituciones. (Aplausos en la mayoría) [321]



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